España refuerza su liderazgo mundial con una mirada que combina salud, sostenibilidad, diplomacia agroalimentaria y visión económica de largo recorrido.
HoyLunes – El consumo mundial se está transformando en una ecuación donde salud, sostenibilidad y tradición ya no compiten: convergen. En ese nuevo escenario, el aceite de oliva español emerge no solo como un producto con historia, sino como un recurso estratégico que conecta gastronomía, agricultura, diplomacia económica y transición ecológica. Cada año queda más claro que los países capaces de ofrecer alimentos saludables, trazables y culturalmente significativos serán quienes ocupen posiciones de liderazgo en el comercio global. Por eso la afirmación del ministro Luis Planas no se limita a un pronóstico de mercado: es un anticipo de cómo España quiere estar situada en la próxima década.
Durante la entrega de los premios Evooleum —que distinguen a los 100 mejores aceites de oliva virgen extra del mundo—, el ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, Luis Planas, destacó que el consumo internacional de aceite de oliva crecerá de manera notable, especialmente fuera de la Unión Europea. Señaló que la recuperación de la producción media en la última campaña, la solidez del consumo interno y la demanda creciente en mercados como Estados Unidos dibujan una senda positiva para el sector. También subrayó que España sigue siendo el mayor productor mundial, con una previsión de 1,37 millones de toneladas en esta campaña, lo que representa alrededor del 40% del total global.

Planas reafirmó el compromiso del Gobierno con el sector, recordando la reciente Declaración de Córdoba, firmada por una treintena de países y organizaciones internacionales, que establece prioridades comunes en materia de sostenibilidad, comercio, salud y cooperación. Finalmente, entregó el premio al mejor aceite de oliva virgen extra de España a la cooperativa Colival, por su Valdenvero Hojiblanco.
El anuncio del ministro revela una estrategia clara: España quiere reforzar su liderazgo mundial en un contexto en el que la demanda de productos saludables está creciendo con rapidez. Esto implica no sólo posicionar el aceite de oliva como un alimento beneficioso, sino convertirlo en un embajador cultural capaz de abrir puertas en economías en expansión. La apuesta gubernamental por la sostenibilidad y por la cooperación internacional acompaña esta visión, subrayando que el sector del olivar no es únicamente un motor económico, sino también un vector de imagen país.

Al mismo tiempo, la medida apunta a objetivos menos explícitos pero igualmente relevantes. Entre ellos destacan el fortalecimiento de la diplomacia agroalimentaria española para diversificar mercados, la reducción de la dependencia del consumo europeo y la construcción de un valor añadido diferencial que permita competir con nuevos actores globales. En paralelo, se percibe una búsqueda de oportunidades en regiones con crecimiento demográfico, clases medias emergentes y un interés creciente por la alimentación saludable.
Sin embargo, esta estrategia convive con desafíos inevitables. España se enfrenta a la volatilidad climática, que afecta a la producción de manera creciente; a la competencia de nuevos países productores; y a la necesidad de modernizar la estructura del sector, integrando tecnologías de trazabilidad y modelos de gestión más eficientes. La visión estratégica reconoce estos límites y sugiere que para mantener el liderazgo será necesario combinar tradición y modernización con una narrativa de calidad, origen y sostenibilidad.

En comparación con su trayectoria reciente, España llega a esta campaña en una posición más estable que en los años afectados por sequías severas y oscilaciones de producción. La recuperación productiva y la consolidación del consumo interno permiten proyectar confianza en los mercados internacionales.
Frente a la Unión Europea, España mantiene su rol de principal productor y, a la vez, se beneficia de la creciente valoración del aceite de oliva como alimento cardiosaludable. Sin embargo, otros países del Mediterráneo —tanto dentro como fuera de la UE— están invirtiendo para ganar cuota. Por ello, la estrategia española necesita combinar liderazgo histórico con innovación sostenida.
Si las tendencias actuales se mantienen, España podría ampliar su presencia en mercados de alto potencial como Estados Unidos, Brasil, Japón o India, consolidando un prestigio basado en calidad y sostenibilidad. En este escenario optimista, el sector del aceite de oliva se convertiría en un símbolo global de la gastronomía española, con un valor añadido creciente.
En un escenario más prudente, la variabilidad climática y la competencia internacional exigirán ajustes constantes. Aun así, el sector dispone de fortalezas sólidas —conocimiento, experiencia, reconocimiento mundial— que permiten mantener una posición relevante incluso en contextos adversos.

El desarrollo del sector del aceite no sólo implica exportaciones o cifras macroeconómicas, sino una oportunidad para proteger el empleo rural, frenar la despoblación y reforzar la cohesión territorial. Las prácticas sostenibles, la conservación del paisaje y el uso responsable del agua son elementos clave para garantizar que el crecimiento económico vaya acompañado de responsabilidad ambiental. Además, la diversificación de mercados debe contemplar la justicia en las cadenas de suministro y la dignidad del trabajo agrícola.
El mensaje del ministro dibuja una hoja de ruta ambiciosa pero realista. España quiere liderar, pero también quiere hacerlo de manera responsable, sostenible y con vocación de futuro. El aceite de oliva se convierte así en más que un producto: es un puente entre el territorio y el mundo, un recurso cultural que concentra tradición, ciencia, salud y diplomacia económica. A medida que el planeta exige alimentos de mayor calidad y menor impacto, España tiene la oportunidad de demostrar que su oro verde no solo alimenta: también orienta.
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